León vs Parla: hay una guerra en España y la estamos perdiendo todos (El Confidencial 16.02.2020)
UN JUEGO DE MUÑECAS RUSAS
Por cada Burgos hay un Getafe, por cada Cáceres, un Las Rozas. ¿Qué pasa cuando la periferia madrileña es más grande que la antigua capital de un reino?
Héctor G. Barnés. El Confidencial
Hay una España dentro de España. Y dentro de esa España, otra España, y otra, y otra, hasta llegar al kilómetro cero de la Puerta del Sol, centro gravitatorio de dinámicas económicas, sociales y laborales que engulle todo lo que hay a su alrededor. Podemos entender España como un juego de muñecas rusas, o como un fractal cuyas pautas de concentración y expulsión se repiten en un proceso de autodestrucción (primero rural, ahora urbano) que no tiene visos de parar.
Cojamos, por ejemplo, las capitales de provincia de España, que hace unas décadas articulaban la vida diaria de millones de personas, y las ciudades de la periferia, receptoras de la migración rural que vació las primeras. Por cada Móstoles(206.589 habitantes en 2018) hay un Santa Cruz de Tenerife (204.856). Por cada Burgos (175.921), un Getafe (178.288). Por cada Cáceres (96.098), un Las Rozas (95.071). Por cada Pontevedra (82.802), un Coslada (83.011). Unas se llenan, otras se vacían. Una guerra interna que, como toda guerra, provoca migraciones y desequilibrios.
Hay una España conformada por las provincias de la península, y otra España casi equivalente que se encuentra en el extrarradio madrileño, en un cinturón de asteroides que rodea el agujero negro de la capital, que absorbe jóvenes en busca de trabajo y los expulsa a su periferia en busca de vivienda.
“Podemos ver a varios niveles lo que en la terminología académica se conoce como concentración radical, agujeros negros que provocan una selección (emprendimiento y creatividad) dejando en el ámbito rural a la población más envejecida, y una desconcentración contenida en el área metropolitana que envía a la población hacia afuera, pero a una distancia manejable”, explica Fernando Rubiera, profesor de Economía Urbana de la Universidad de Oviedo. “De ahí el equívoco de que Madrid expulsa, pero no, mantiene cerca a la población”.
El problema se encuentra en el vaciado de las ciudades de tamaño medio, que daban equilibrio a la geografía española
Concretamente, a 45 minutos o una hora como mucho. El máximo tiempo que están dispuestos a emplear en llegar al trabajo los trabajadores que se instalan en una de esas ciudades de la periferia que han vivido su ‘boom’ en los últimos tiempos. No es lo mismo vivir en una ciudad de 100.000 habitantes en mitad de la nada, añade Rubiera, que a 20 kilómetros de Madrid. A su manera, el antiguo proceso de vaciado de la España rural, que disparó la población de las capitales de provincia en los años 50 y 60, es un prólogo del actual, en el que el área metropolitana de la periferia madrileña o barcelonesa absorbe la población que se marcha de las decadentes ciudades de mediano tamaño.
Por eso, advierte el demógrafo, el gran peligro en los próximos años no se encuentra en el ya deteriorado campo, sino en las ciudades de mediano tamaño (entre 100.000 y 200.000 habitantes) que otorgaban un importante equilibrio en la geografía española al proporcionar servicios y oportunidades de empleo. “Antes, vivieras donde vivieras, tenías acceso a todos los servicios, pero nos encaminamos hacia una descompensación preocupante”, añade. “Y hay un punto de no retorno”.
¿Qué ocurre, entonces, cuando una ciudad como León pasa de tener 147.780 habitantes en 1995 a 124.772 el año pasado? ¿Qué pasa cuando Parla pasa en ese mismo período de 72.788 vecinos a 125.898? ¿Qué consecuencias tiene que Parla sea ya más grande que León?
León, el reino caído
Uno de cada tres nacidos en León vive en otra provincia. La mayoría de ellos (50.243) lo hace en Madrid, seguida muy lejos por Cataluña (26.768). Por eso, cuando le pregunto a Adrián por qué la gente se marcha mientras se toma un café, me mira como si le hubiese preguntado por qué el cielo es azul, y responde: “No hay trabajo”. Aún es estudiante, pero ha visto cómo sus amigos se marchaban a la capital al terminar la carrera. Es el destino por defecto. Muchos cogen la maleta nada más graduarse, sin pensárselo demasiado. Él, sin embargo, piensa probar suerte, porque tener trabajo en León te permite vivir mucho mejor que en Madrid.
En León somos una fábrica de cerebros, porque lo primero que hacen los jóvenes al terminar los estudios es marcharse
Los jóvenes que se quedan, explica, se dedican a opositar o encuentran su sitio en algún negocio familiar. El gran peso del funcionariado en la ciudad, de hecho, llevó a ‘El Diario de León’ a hablar de “feudo de funcionarios”. Pero la desaparición de la agricultura y de la minería, pilares de la economía leonesa durante mucho tiempo, ha dejado herida la región.
Que es, como señala otro vecino, una “fábrica de cerebros”. Muchos egresados de la Universidad de León, que ronda los 12.000 estudiantes, terminan en Madrid. Cuando vuelven, los hijos leoneses no traen nietos leoneses, sino nietos madrileños o catalanes.
¿Hay acaso otra salida? Valladolid surge a menudo en las conversaciones como el enemigo irreconciliable del reino caído, al absorber empleo, recursos, comercio e industria. Su agujero negro particular. El aeropuerto de León no ha terminado de despegar en el transporte de mercancías y algunas iniciativas, como el centro de excelencia en seguridad de Indra no han compensado el empleo perdido.
Late en los lamentos el orgullo herido de la decadencia. León fue una próspera capital de provincias de hálito liberal en el siglo pasado gracias a “una agricultura de pequeños propietarios y ciudades caracterizadas por una burguesía de profesionales y pequeños comerciantes que dan estabilidad a la sociedad, en la que la permeabilidad ha permitido ocupar los más altos niveles a personas de origen humilde, en tanto que ha desplazado hacia abajo a descendientes de pequeños caciques de calzón corto”, tal y como escribió a mediados de los años 80 Miguel Cordero del Campillo, antiguo rector de la Universidad de León, fallecido esta misma semana.
En 1993, el Ayuntamiento de León vaticinó que la ciudad llegaría a entre 182.158 y 202.362 habitantes. Se quedó muy lejos.
Esto ha cambiado del blanco al negro. Antes había dinero, gente y alegría, y ahora no hay ni dinero, ni gente ni alegría
“Esto antes no era así”, lamenta Antonio, que a sus 66 años ha vivido en primera persona la evolución de León, señalando a su alrededor. Nos encontramos en la mal llamada plaza del Húmedo, epicentro del tapeo turístico leonés, que nunca se llamó así, sino de San Martín “o de las tiendas”. “Hace 40 años esto estaba lleno de gente, había grupos de 20 personas comiendo, bebiendo, jugando a las cartas, las mesas estaban siempre llenas”. Hoy, mediodía de un jueves, alguna pareja pulula por la plaza observando los menús del día, pero la población autóctona es escasa y envejecida. Hay turismo, pero es turismo de fin semana que da para lo que da.
“Lo hemos visto subir, subir…”, empieza Antonio. “¿Y ahora bajar, bajar?” “No, ya totalmente caída”. Tiene tres hijos, y dos de ellos se han marchado a Barcelona y Alicante a estudiar. Le queda uno, pero a juzgar por sus gestos, no confía en que se quede. “Del blanco al negro”, añade su amigo José, con laconismo un tanto labordetiano. “Aquí había dinero, gente y alegría, y ahora no hay ni dinero, ni gente ni alegría”. No solo los jóvenes se marchan a Madrid; “los viejos también: en invierno, a Benidorm”.
Son varios los leoneses que, durante mi paseo, me hablan de un artículo reciente de ‘El Diario de León’ sobre el trabajo del geógrafo leonés de la Universidad de Oviedo Sergio Tomé, que en un congreso presentó su ponencia ‘Shrinking cities de tamaño medio’, una demoledora radiografía urbana en la que compara León con Detroit y la considera como uno de los mejores ejemplos españoles de ciudad menguante. Es la comidilla de la ciudad en la medida en que un artículo periodístico puede serlo.
Los leoneses pagan más impuestos que en otras poblaciones y sin embargo, reciben peores servicios
“En sus calles saltan a la vista la pérdida de vitalidad, el deterioro, la cantidad ingente de locales cerrados, la avanzada edad de los viandantes y la antigüedad de los automóviles”, explica. A una primera oleada de retroceso (“distintas reconversiones –minera, industrial, rural–, el aislamiento, la excentricidad respecto a los corredores de crecimiento, la débil articulación regional y una insuficiente respuesta de la Administración”) se añaden otros aceleradores de la decadencia, que pasa a ser “degradación en cascada”: “Baja combatividad vecinal, nivel cultural decreciente con la fuga de los jóvenes cualificados, la negligencia de los gobernantes y unas políticas locales inadecuadas”.
Tomé apunta las consecuencias políticas del envejecimiento de la población, como la escasa alternancia en el ayuntamiento (al menos hasta el pasado año, cuando el PSOE recuperó el poder ocho años después), una tendencia hacia el cortoplazismo y baja exigencia de los votantes. “Los leoneses pagan más impuestos que en otras poblaciones y sin embargo, reciben peores servicios”, lamenta en el trabajo. “La resistencia de los colectivos ciudadanos con voz crítica y los grupos juveniles choca con la mayoría pasiva, indiferente al hundimiento de la ciudad”, concluye. “Tal estado de cosas entra en profunda contradicción con el pasado, sin ir más lejos a comienzos del siglo XX, cuando se vivió el impulso modernizador que alumbró un magnífico Ensanche, muy dañado luego por el franquismo, y las primeras experiencias industriales”.
Javier García Argüello no solo estudió en profundidad en su tesis la planificación urbanística de León en su área municipal, sino que tras décadas de trabajo vecinal hoy es presidente de la Federación de Asociaciones Vecinales Rey Ordoño, que aporta a El Confidencial un factor adicional a esta despoblación. “Ha marchado mucha gente a los municipios del alfoz de León en donde la vivienda es mucho más barata, principalmente a San Andrés del Rabanedo, Villaquilambre y Valverde la Virgen”, explica, aunque añade que la mayoría toma la ruta madrileña.
Los barrios que más población han perdido se encuentran en el casco antiguo, mientras que aquellas zonas que han crecido como Área 17-El Soto, La Torre, La Serna-San Pedro o la Palomera se encuentran rodeando la capital. Es decir, en el Parla de León, en la periferia de ese centro. Que comparte otros problemas con las grandes capitales, como la gentrificación y la aparición de “distintos locales de hostelería que provocan graves molestias a los habitantes, como ruidos y suciedad, lo que hace que se cambien a otras zonas”.
En Ordoño II, la gran avenida comercial de la ciudad, un bando colocado en la marquesina del autobús anuncia su próxima peatonalización para “recuperar esta vía emblemática de la ciudad para las personas, facilitando la actividad cultural, social y comercial de la zona”.
Este domingo, entre 48.000 y 80.000 personas (y algún tractor) recorrían dicha calle bajo el lema «es el momento de León», en una manfiestación convocada por CCOO y UGT denunciando el abandono sufrido por la región en los últimos 30 años y reclamando un futuro. Algún futuro económico y social, aunque pase por la reindustrialización. La primera y exigua victoria es la conformación de una mesa entre Gobierno central, autonómico y diputación para estudiar medidas.
“La ciudad de León tiene una serie de demandas, la mayoría orientadas a la creación de empleo y riqueza con el objetivo de fijar población y frenar la sangría de personas que se tienen que marchar”, lamenta la asociación, y enumera entre ellas la reindustrialización, el centro logístico de Torneros o la conclusión del palacio de exposiciones, al lado del AVE, que llegó en 2015.
Mientras tanto, el MUSAC de Tuñón y Mansilla, uno de esos museos/palacios de congresos/auditorios reducto de la España del ‘boom inmobiliario’, asiste al vaciado con la indiferencia de un mastodonte muerto.
Habrá que hacer como miles de jóvenes leoneses e irse a Madrid.
Parla centro, la otra España vacía
356 kilómetros más al sur, en el área de influencia de Madrid, Parla ha experimentado el proceso completamente opuesto al de León. En 1995, tenía 72.788 habitantes. El pasado año, prácticamente había doblado la cifra, con 125.898 parleños. El crecimiento ha sido “una verdadera barbaridad”, como explica a El Confidencial Ayar Rodríguez, geógrafo y profesor de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA), que expuso el llamativo caso en ‘Territorio y paisaje metropolitano en la región suroeste de Madrid. El caso de Parla’. “De mil habitantes en los años 60 a 120.000 en menos de 50 años”. 120 veces más.
El centro de Parla es como cuando hablan en la tele de la despoblación. Los jóvenes se marchan a las afueras
La punta de lanza de la segunda ola de las ciudades dormitorio, tras Móstoles, Fuenlabrada o Getafe, más cercanas a la capital. Y ha seguido un proceso semejante: “Parla, al igual que el resto de municipios de este ámbitos del área metropolitana de Madrid, ha pasado de ser una ciudad eminentemente residencial a incorporar, también, comercio, industria y servicios”, explica. Por eso, a pesar de su tardío desarrollo, se parece más a esa primera corona metropolitana que a otras “auténticas ciudades dormitorio” como Torrejón de Velasco o Torrejón de la Calzada, aún más al sur.
Quizá por ello la calle Real, o el Bulevar, como se le conoce, tenga un punto anacrónico. Casi ‘steampunk’ o un ‘Blade Runner’ de bolsillo. Una mezcla de pueblo tradicional reconvertido a pequeña calle comercial, donde las inmobiliarias son el negocio estrella (muchas de ellas con letreros en chino: abunda la inmigración oriental). Tres mujeres rondando la jubilación observan levemente escandalizadas una cachimba en el escaparate de un bazar. “Bueno, hay gente que lo utiliza para fumar tabaco, no droga”, tranquiliza una de ellas a sus amigas.
Mila lleva más de 50 años viendo cómo cambian las cosas desde detrás del mostrador de la carnicería que abrieron sus padres en 1967, al lado del antiguo Ayuntamiento (medio ruinoso) y del nuevo Consistorio, inaugurado en 1992. ¿Cómo se vive en el centro de una de las ciudades que más crecen en España? “Esto está muerto”. La primera en la frente. “La gente se marcha de aquí”. ¿Cómo? “Quedan tres o cuatro cosas, pero todo el comercio está cerrando”.
¿En Parla? ¿La misma parla del ‘boom’ vecinal? “Esto es como cuando hablan en la tele de la despoblación, es lo mismo”, prosigue. Está de acuerdo uno de sus clientes, José Manuel, que nació hace 75 años en la casa que estaba justo enfrente del ayuntamiento y que ahora es un solar vacío. El número uno de la calle Empedrado, aunque nunca haya sabido por qué recibe ese nombre; recuerda cómo, hace décadas, tuvo que barrer los excrementos de los animales del camino de tierra que era la calle para que el vestido de novia de su vecina no se manchase en el trayecto hasta la iglesia que está justo al lado.
Este aporta otra razón para la sorprendente huida de un barrio céntrico en una ciudad en crecimiento: la imposibilidad de edificar en más de dos alturas que duró hasta hace relativamente poco, lo que empujó a los constructores a los barrios de las afueras, que no estaban protegidos, y donde podían erigir torres de ocho pisos. “Donde ahí caben 80 familias, aquí caben cuatro; no compensa”.
En la cruenta competición entre municipios de la periferia por captar población, el precio de la vivienda fue un factor determinante
De nuevo, una España dentro de España dentro de otra España. Parla crece, sí, pero no toda Parla. Mientras el centro de la localidad –que se parece mucho más a un pueblo de la España vacía que cualquier barrio de León– envejece, el cinturón se amplía. Muchos jóvenes solo pisan el casco antiguo para coger el Cercanías que los conecta con Atocha, pero pasan su tiempo de ocio en centros comerciales.
Si hay algo que proporcione ese carácter retrofuturista a Parla, ese es su polémico tranvía, que atraviesa la calle principal como un coche volador en mitad de Villar del Río. El mejor signo de la era de Tómas Gómez, alcalde socialista de Parla entre 1999 y 2008, la época de la gran explosión demográfica de la ciudad en un momento en el que la cruenta competición entre localidades madrileñas por hacerse con la población emigrada exigió grandes inversiones que dieron no pocos disgustos y cierta laxitud urbanística. Pero para José Manuel, el tranvía no soluciona nada. Más bien lo agrave, ya que solo facilita la dispersión.
Vayamos a esa otra Parla dentro de Parla. La enésima España dentro de España.
Parla Este: el infinito y más allá
Durante mucho tiempo, Parla no tuvo la mejor de las famas. Aunque ha mejorado con el tiempo, me recuerda una antigua profesora de la localidad, “era la más fea del extrarradio de Madrid”. Y no es que el extrarradio madrileño pueda competir precisamente con el gótico leonés. Otra vecina que se crio en Parla antes de mudarse a Getafe pone de manifiesto que es una ciudad “poco afable y acogedora”. A la cola de todo, con servicios básicos sin cubrir, “el gueto del extrarradio”.
¿Dónde se han metido esas decenas de miles de personas que han engordado las estadísticas? Muy sencillo, al final de las vías del tranvía, más allá de centros comerciales venidos a menos y la zona de institutos que en su día fue la frontera final. Al otro lado de la Avenida de Europa (fuimos muy europeos). Como recuerda Rodríguez, dado que Parla no puede crecer por el norte y por el oeste –lo impiden un paraje natural protegido y un humedal de interés ambiental respectivamente– lo tuvo que hacer por el este. En el tautológicamente conocido como Parla Este, que ya cuenta con alrededor de 65.951 habitantes. Casi la mitad de todo el municipio. Más habitantes que en Ávila, Segovia, Soria o Mérida.
“Es el último espacio urbanizado en la ciudad, cuya construcción, de hecho, aún no se ha terminado de concretar en su totalidad”, añade el profesor de la UDIMA. “Otras zonas de Parla, repartidas por todo el municipio, también han atraído población (por el bajo precio de la vivienda)”. Pasear por Parla Este provoca un obligado ‘déjà vu’ a quien conozca, por ejemplo, el PAU de Móstoles. La geografía urbana es calcada: donde acaban los chalets adosados comienzan los gigantescos bloques que albergan miles y miles de almas.
López y su esposa llegaron a España hace 11 años desde El Salvador: «Aquí el 80% son parejas jóvenes con niños, no hay muchos adolescentes»
O eso supongo, porque apenas asoma algún espectro despistado en las calles de un barrio aquejado por el síndrome del PAU. Como ocurre con otros desarrollos urbanísticos recientes, los bajos comerciales están vacíos y la mayor parte de comercios, salvando honrosas excepciones, son los prevsibles: un Burger King, un Telepizza, un Tecnocasa, un gigantesco Carrefour Market y una peluquería canina de donde sale escopetado un campante bichón tras haber pasado por chapa y pintura.
El protagonista de ‘Ad Astra‘ tenía que viajar hasta Neptuno para encontrar a su padre. En mi caso, fue más allá de Urano –concretamente, de la calle de Urano– donde conocí a Eduardo López y a su esposa, que abrieron una panadería y tienda de alimentación hace medio año, en las afueras de las afueras de Parla Este. Hace 11 años que aterrizaron desde El Salvador a España, y aunque tenían familia en Galicia, terminaron decantándose por Madrid por motivos laborales. “Habrá algún salvadoreño por aquí, pero no lo conocemos”, explican amablemente.
Él es trabajador social, y ella profesional del ‘marketing’, pero ante la inestabilidad laboral, decidieron probar suerte abriendo un negocio que, por ahora, parece funcionar proporcionando productos de primera necesidad. Ellos también viven en Parla Este. “Es indudable que la llegada masiva de inmigrantes deja su huella en Parla, asentándose fundamentalmente población procedente de África y América del Sur”, explica Ayar. “El precio de la vivienda, de los más económicos de la Comunidad de Madrid, así como la numerosa oferta de vivienda pública, parecen motivos lógicos para la consolidación de un flujo inmigrante masivo, tanto extranjera como de los municipios del entorno”. Muchos vecinos de Parla provienen de Móstoles o Alcorcón, de donde también han sido expulsados.
Pero la biografía de la familia Suárez no resume únicamente los movimientos migratorios entre países, sino también dentro de ellos. Aterrizaron en Parla desde Villaverde, barrio de las afueras de Madrid que en su época fue pueblo, y que uno puede ver mientras viaja en tren hacia las afueras. Aún sus hijos siguen estudiando allí, lo que les obliga a hacer un poco de ingeniería para cuadrar horarios. ¿No está el barrio un poco muerto? “Aquí hay muchas parejas jóvenes con niños pequeños, pero no demasiados adolescentes, solo los que vienen a la Casa de la Cultura”, explican. Un panorama probablemente muy distinto al que conocieron en su país natal.
Más allá de la calle de Urano, calles y calles se prologan sin fin hasta llegar al campo, esa frontera que algún día se convertirá en la nueva periferia
Como explicaba Rubiera, se trata del enésimo movimiento de expulsión y retención cercana, que envía cada vez más lejos a aquellos que carecen del capital económico o simbólico suficiente (inmigrantes de otros países, pero también migrantes de otras regiones de España) mientras en el centro se concentra “lo que se percibe como más valioso: la industria financiera, el comercio más sofisticado, la creatividad y la innovación”.
Más allá de la calle de Urano, calles y calles se prologan sin fin en una enorme dispersión urbana, una ‘sprawlización’ como a la que cantaban Arcade Fire (‘vivir en el extrarradio, donde centros comerciales muertos se alzan como montañas detrás de montañas, sin que se vea el final‘).
La periferia: montañas detrás de montañas sin un final a la vista.
Y al otro lado, el campo, el horizonte final de España. Ese que, tarde o temprano, se convertirá en el suburbio de Parla Este, la periferia de la periferia.
Otra España dentro de otra España dentro de otra España, en la que se deshilachan familias, fragmentan comunidades y se destruye el tejido social. Mientras, en sus entrañas, el país se devora a sí mismo.