De quienes ni cultivan ni dejan cultivar los huertos

Carlos González-Antón

CARLOS GONZÁLEZ-ANTÓN León Miércoles, 22 de abril 2020

Nadie podría sospechar que los humildes huertos que rodean tantos de nuestros pueblos se hayan convertido esta última semana en un exponente más del fracaso de España en la gestión de esta crisis del coronavirus y de la incapacidad de nuestros gobiernos de regular con sensatez y con una mínima uniformidad las actividades económicas que podemos desarrollarEl ansia paralizadora gubernamental ha llegado a alcanzar a todo el que se atreviese a blandir la rústica azada, salvo que acredite que lo hace con fines mercantiles o mercenarios. La declaración del estado de alarma ha cercenado, con muy discutible amparo constitucional, entre otras muchas libertades, la de poder cultivar unos surcos para obtener lechugas, patatas, tomates, puerros o cebolletas para el consumo propio. No hay duda de que los que aprueban las leyes son de ciudad y solo van al campo a por votos, no a por hortalizas. Los que hoy tienen secuestrado el BOE creen que la única forma de conseguir verduras en este país es ir al supermercado o mejor, a una frutería gourmet o a la tienda de ultramarinos cool de su barrio. Quizás a algún asesor más eco-friendly se le haya pasado por la cabeza la posibilidad de permitir el cultivo de los huertos urbanos, pero enseguida lo habrá descartado, pues supondría un trasiego de bicicletas con cestitas muy peligroso. Y, claro, los más techies, o simplemente más vagos, habrán pensado en que las zanahorias o endivias frescas pueden llegar directamente al felpudo de tu puerta clicando en la página web más trendy. En todo caso, nadie reparó en la realidad de centenares de pueblos de toda nuestra geografía donde unos cuantos miles de familias se abastecen habitualmente de los huertos y huertas que cultivan para su consumo, y lo hacen sin ser agricultores profesionales. Las protestas han surgido por todas partes y desde distintas organizaciones. En León, la Federación de Entidades Locales Menores ha reclamado, sin éxito, una rápida solución.

En este punto, podríamos plantearnos si está justificada la medida de que los ciudadanos puedan ir de uno en uno al supermercado, pero no puedan ir en soledad a su huerto particular. O también preguntarnos si no existe discriminación entre los agricultores profesionales, que sí pueden trabajar sus tierras, y los que, por no ser agricultores, o dejan de serlo tras la jubilación, no pueden realizar idénticas labores en sus huertos, respetando todos las mismas medidas de seguridad sanitaria. Personalmente comparto la opinión de otros más sabios y creo que es absolutamente arbitraria esa decisión normativa, que está eliminando la libertad de muchos aldeanos de forma claramente antijurídica y, por supuesto, antieconómica y antiecológica. Y empleo el término aldeano en defensa del papel que las aldeas y sus habitantes seguirán prestando a todos nosotros.

Si efectivamente los asesores que pululan por los aledaños de los jardines de La Moncloa llegasen a advertir el error de esta prohibición, lo razonable sería que se modificase la regulación para toda España, imponiendo unas condiciones más o menos homogéneas. Sin embargo, de nuevo estamos fracasando en el mandato constitucional de tratar con igualdad a todos los españoles. En unas Comunidades Autónomas han sido las consejerías de agricultura las que han flexibilizado la prohibición (Galicia o Cataluña), mientras en otras (Castilla y León), los gobiernos autonómicos se han negado a adoptar medida alguna, lanzando la pelota al invernadero estatal. Pero lo más sangrante es que en unas regiones (por ejemplo, Extremadura, Valencia, Asturias) han sido las respectivas Delegaciones del Gobierno, es decir, órganos estatales, los que han dictado diferentes instrucciones para facilitar el cultivo de los huertos. Esto me suscita unas dudas: ¿no tienen estos delegados del Gobierno el teléfono del Ministro de Agricultura para pedirle amablemente que, tras la pertinente y secreta discusión a una distancia de dos metros, aprueben en el Gobierno unas normas aplicables en toda España? ¿Tanto cuesta que los huertos asturianos y los leoneses puedan trabajarse de forma similar y simultánea? ¿Tan diferentes son los pimientos extremeños de los bercianos?

Los políticos urbanitas, que son los que mandan en los partidos, desconocen la realidad de nuestro campo de manera preocupante. Por mucho que se creen ministerios o comisiones contra la despoblación, si no se atiende a las peculiaridades del medio rural, si no se entiende a sus habitantes, nunca se podrá legislar con acierto. Lo que está sucediendo con los huertos es un ejemplo más, un triste ejemplo, de la divergencia entre lo urbano y lo rural. Y precisamente el objeto de esta sinrazón es uno de los elementos más simbólicos de nuestra cultura. El huerto rural y el jardín urbano se han ido separando del huerto-jardín primigenio. Podríamos ponernos estupendos y hablar del «hortus conclusus» del Cantar de los Cantares, o de cómo se diseñaron los claustros y los huertos de los monasterios, donde se oraba, pero también trabajaba. De cómo muchos huertos se transformaron en jardines y el lugar de trabajo se convirtió en lugar de esparcimiento secreto; o que se lo pregunten a Melibea o a Bruce Springsteen. De poco serviría ante los que solo leen tuits o posicionamientos de partido elaborados por publicistas con máster.

Aunque hoy algunos intenten implantar huertos urbanos en el centro de las ciudades y jardincitos en todos los adosados, debemos reivindicar todas las funciones que siguen prestando los huertos rurales, pues son mucho más que una actividad económica de subsistencia, más necesaria que nunca en los meses que se avecinan. Los huertos son parte sustancial de la forma de vida de muchos pueblos, de su cultura. Las personas que cuidan los huertos, por pequeños que sean, tienen un aliciente, un estímulo que anima todos los días a hacer un ejercicio físico en la naturaleza de un valor incalculable, mayor cuanta más edad tenga la persona a cargo del huerto. Creo que es una irresponsabilidad no permitir que se puedan trabajar los huertos incluso en aquellos pueblos en los que hay supermercado. Los huertos siempre han sido algo más que una tierra de labor, han sido los surcos más apreciados por sus propietarios, los primeros que se han cerrado para preservarlos de alimañas de cuatro o de dos patas. Los huertos en su utilitarismo siempre han aportado algo más que los jardines, han servido para superar los tiempos difíciles y alegrar los tiempos más prósperos o abundantes. Alguno dirá que exagero si afirmo que es un desprecio para nuestros hortelanos no dejarles trabajar; no obstante, creo habría que actualizar la conocida comedia de Lope de Vega incorporando como personajes a los que ni cultivan ni dejan cultivar los huertos.

Por desgracia, ya no tenemos en España políticos en activo que defiendan los huertos, a los hortelanos y a sus hortalizas, con el afán, ingenio y acierto con los que alguno sí defendió nuestros pepinos en Estrasburgo.